Un árbol de Navidad y una boda: el lado feo de las fiestas navideñas (Dostoievski)
“El árbol de Navidad y la boda” (1848), de Fiódor Dostoievski, con su prosa característica, como en la notable frase de Crimen y castigo: “Cuanto más profundo es el dolor, más cerca está Dios” -lenta pero poco exigente, suave pero impactante, amorosa y sin amor-, Dostoievski escribe otro relato seco y cínico que yuxtapone perversión e inocencia, utilizando personajes descuidados y depravados.
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Leer a Dostoievski es un acto de sobria reflexión. Su literatura es un vehículo de expresión social y un espejo en el que se reflejan nuestros males e inclinaciones más secretas; pensemos de nuevo en la intensa corporeidad de la culpa y sus consecuencias en Crimen y castigo.
Este relato comienza con un narrador omnisciente y anónimo que se encuentra por casualidad con una boda. El comienzo es significativo; actúa como catalizador que le transporta a la nostalgia. Cinco años antes, en Navidad, nuestro narrador se encuentra observando las acciones de un adulto indecente que se fija en una joven en una fiesta navideña de clase alta.
El árbol del título deriva su significado de la fiesta, de la gente que lo rodea. No hay alegría navideña, ni pompa festiva, ni calor familiar. La reunión de la burguesía; la visión impoluta de los niños, imperturbables ante la conversación sin sentido de sus padres; la observancia del decoro, incluso cuando los asistentes no disfrutan especialmente de la compañía de los demás: estas son las cosas que destaca el árbol.
La fiesta es un motivo clásico dostoievskiano. No es sutil, pero no necesita serlo. A nuestro narrador, astuto espectador, le encanta observar a los niños. Nos informa de los susurros silenciosos que describen una cuantiosa dote, la exclusividad en la distribución de la atención y el aislamiento al que se enfrenta el niño que pertenece al peldaño más bajo de la escala de clases. En esta fiesta, los invitados han traído cartas de recomendación a su favor, los regalos de los niños disminuyen aquí “en valor de acuerdo con el rango de los padres”, y se nos presenta a Julian Mastakovich, que acaba de terminar una conversación con el anfitrión deudor de la mencionada dote, y empieza a contar con los dedos la cantidad en que aumentaría si se casara con la hija de éste dentro de cinco años.
En el momento de sus diligentes cálculos, Julian ni siquiera ha visto a la niña, que tiene once años. Es un cambio impresionante en la narración; nos movemos con el narrador, primero contemplando a una niña jugando con su muñeca, luego presenciando una degenerada exhibición de codicia por parte de una de las personalidades más distinguidas de la fiesta. Cuando Julián se acerca por fin al objeto de sus afectos, se desarrolla una interacción dolorosamente incómoda.
Dostoievski, a través de su relato, deja claro lo que piensa de los Julian Mastakovitch del mundo. Pero también sabe de la influencia que ejercen en este mundo. Julian está seguro de su importancia, seguro de su estatura, sacarino en su aprobación, mordaz en su moral. Su seguridad en sí mismo es la herencia más importante que se transmite en su clase. La riqueza y el derecho le dan rienda suelta. Como resultado, no es una fuerte acusación a la sociedad cuando consigue su objetivo, como atestigua nuestro narrador al final. Es lo que esperamos.
El final es conmovedor. Una escena anterior, en la que la joven llora debido a las acciones prepotentes de Julian, ilustra el patetismo del clímax. Al final, se queda “pálida y melancólica”, “roja por el llanto reciente”, despojada de lo que el mundo le debía como un derecho de nacimiento: la inocencia. Cruzamos la calle con el autor, porque, como él, no podemos ayudarla. Es la traición definitiva. Y todos somos culpables.
Este cuento se encuentra en la colección “Cuentos” publicada por Penguin Classics. Cómprala aquí en Amazon España | Estados Unidos | México